martes, 6 de julio de 2010

Desarrollo Local y Economia Social

El desarrollo local asociativo combina procesos endógenos y exógenos y posee, sin duda, una gran convergencia con la economía social. En el desarrollo local se parte "desde abajo", y los que están abajo son, justamente, los actores de la economía social. A su vez, en ésta confluencia, un Estado inteligente tiene mucho que hacer a la hora de fijar consensos estratégicos e instrumentar políticas activas que, sin desmedro de la centralidad del Estado-nación, impulsen descentralizaciones efectivas de poder de decisión, recursos y capacidades.

Para que la economía social[1] concuerde con el desarrollo local, deberá contemplar, por un lado, factores endógenos de conexión interactiva con el territorio: iniciativas locales, con capital humano, financiero y material procedentes de la zona; procedimientos internos democráticos; servicios para el entorno social y empresarial inmediato; integración local entre ellos y con otras empresas e instituciones, mediante acuerdos formales e informales. Y, por el otro, factores exógenos de comunicaciones de ida y vuelta con el entorno global: integraciones horizontales y verticales fuera de la localidad, que generen redes de comercialización y de representación regional; inserción en el MERCOSUR e, incluso, en el mercado internacional para la exportación o el acopio tecnológico; prácticas gerenciales adaptadas a la idiosincrasia participativa; diversificación y democratización educativa, de capacitación y de reentrenamiento.

Aunar territorio y desarrollo significa también superar el reduccionismo de esa óptica "clasista" de la economía social (a la cual sería mejor denominar de economía “solidaria" o “popular”) que la concibe sólo testimonial o de “resistencia”: emprendimientos individuales o familiares de pequeña escala, de los sectores obreros y populares con mayor vulnerabilidad social. Una actividad de "pobres para pobres", con el protagonismo excluyente de las ONGs no empresariales. Asimismo, alrededor de estas experiencias, se cuela un discurso "maximalista" (que se refugia en un anacrónico “anticapitalismo” abstracto) que, paradójicamente, puede terminar coincidiendo, "objetivamente", con el capitalismo concentrado que dice combatir. Es que la evidente inconsistencia del intento, da a los gurúes del eficientismo liberal más "fundamentos" para corroborar la supuesta “incapacidad” de la economía social para tener un rol significativo en el "núcleo duro" del modelo económico y social que se ha ido esbozando a la salida de la convertibilidad.

Así, esta concepción academicista pretende excluir de la economía social a las cooperativas y mutuales más consolidadas y sustentables, que no sólo tienen un peso nada despreciable en todas las actividades y territorios: reúnen una doctrina común, un sistema de ideas compartido, una historia, una metodología de gestión democrática, un marco legal y reglamentario y una interconexión regional e internacional, que posibilita que actúen como tutoras e incubadoras de las iniciativas incipientes, superando la alta "mortalidad" de estas noveles experiencias asociativas de la llamada economía “popular” y/o del “trabajo”.

De la mano de lo anterior, es preciso dotar a las estructuras públicas nacionales, provinciales y municipales de mayores recursos económicos y humanos capacitados, como así también coordinar sus esfuerzos a través de instancias interministeriales de economía social que superen la actual desarticulación y/o superposición de políticas y acciones. En este sentido, el IFAM, da cuenta que muy pocos municipios tienen un área específica de economía social que no se confunda con las políticas sociales asistenciales, y que el personal afectado a áreas de desarrollo productivo es muy reducido (del 1 al 9% del total de personal). Se constata, a su vez, la promoción de proyectos asociativos aislados que pocas veces tienen que ver con el perfil productivo regional y con cadenas y/o encadenamientos productivos y comerciales.

Si se da una respuesta adecuada a este desafío, la economía social, además de conformar un actor territorial de empoderamiento comunitario, impulsor de emprendimientos participativos, recobrará su mandato originario: ese fuego transformador de un movimiento social que ha adquirido la "mayoría de edad", para confluir con un sector publico activo y remozado y las mipymes de la economía convencional, en un proyecto político de desarrollo integrado, inserto en un MERCOSUR revitalizado y en una Unidad Suramericana de Naciones.

Por Mario César Elgue : Ex Presidente del IPAC (Pcia. de Bs As., Ministerio de la Producción, 1992-99) y del INAES (Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, 2003-04).Director del Departamento de Economia Social, Asociativismo y Desarrollo Local del MPA.

[1] La economía social es aquella que agrupa a las actividades asociativas y a los movimientos sociales que coinciden en los siguientes principios y características: la organización o empresa tiene por finalidad servir a sus asociados o a su entorno más que generar beneficios u orientarse al rendimiento financiero; tiene autonomía de gestión; integra en sus estatutos y en sus formas de hacer un proceso de decisión democrático; defiende la primacía de las personas y del trabajo sobre el capital en el reparto de sus excedentes; funda sus actividades en los principios de participación, del hacerse cargo y de la responsabilidad individual y colectiva. (Elgue, M., La Economía Social, Claves para Todos, Nro. 61, Bs. As., 2007).

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